De piel y papel

Mayo – Julio 2016

Paco Lafarga es, ante todo, pintor. Pintor. Con todo lo que eso conlleva. Pintor figurativo. Interpreta la realidad, la crea, la compendia y la traduce a su modo. Pero ahora acaba de dar un salto. Un pequeño salto que tiene el marchamo de un gran salto. ‘De piel y papel’ es la ratificación de un mundo: Lafarga ofrece una amplia selección de dibujos de diversos tamaños. Dibujos pequeños que invitan a la intimidad, dibujos medianos, algunos dibujos grandes, no demasiados. Dibujos que son el espejo de su universo en expansión. Y de sus temas: paisajes, interiores, interiores despojados o metafísicos o con un desnudo dentro, instantáneas casi hiperrealistas, bodegones, figuras en la piscina, cuerpos, paisajes abiertos que avanzan hacia el horizonte, paisajes casi abstractos y oníricos. Paco Lafarga trabaja por intuiciones: se deja arrastrar por percepciones inmediatas, por imágenes que intuye, que sueña, que le persiguen, como la de la niña en la piscina, como esas naturalezas que parecen grabados holandeses o esas mujeres tranquilas y confiadas que se asoman a la ventana o que muestran su trasero. Dice que no hace hiperrealismo ni pretende ser un pintor hiperrealista, aunque haya rescatado antiguas fotos, aunque casi todos sus dibujos tengan una mirada fotográfica y un aroma intemporal y modemo, donde, además, se «explora el valor del papel en blanco».

A Paco Lafarga le gusta decir que para este proyecto, que tiene mucho de aventura y de ensayo, ha trabajado en cuerpo y alma, sin fechas. Volcado hasta la extenuación y a la vez entregado al puro placer de dibujar, de jugar con el lápiz y el carboncillo, sin un camino trazado. Improvisando más que nunca: en el asunto, en el tratamiento del dibujo (si hay que rascar se rasca; si hay que crear una atmósfera suave se difumina; si se adivina un camino allá se va, por él y entre sombras … ) y en la expresión o en la expresividad. Paco Lafarga se siente aquí más expresionista que nunca, más libre, como si encararse ejercicios de estilo, pruebas que no sabe adonde llegarán y que son, en el fondo, una culminación. La meta es el propio camino: elegancia, tiempo, memoria. Una conquista y una confirmación. Lafarga es un artista que jamás se conforma. Iconoclasta a su modo, rebelde consigo mismo, incansable y lento, un inconformista que no se da tregua. Bueno, en realidad, para esta exposición del Museo de Dibujo Julio Gavin-castillo de Larrés, tan singular, Lafarga ha sido «un pintor de instantes, más rápido y expresivo que nunca», un dibujante que se atreve a desdibujar, a progresar sin la obsesión enfermiza del detalle. No le preocupa tanto desarrollar un discurso teórico cómo elaborar una obra, avanzar, descansar, disfrutar, zambullirse de nuevo en su mundo cotidiano, frondoso y enigmático, comente y natural, de pequeños gestos decisivos.

 

Anton Castro